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miércoles, 7 de octubre de 2009

La Biblia y La Política

LA POLÍTICA Y LA BIBLIA[1]
(Basado en el libro Principios Teológicos y Políticos del Pensamiento Reformado (2001)
de Henry Meyer y Paul Marshall de Editorial Libros Desafío)


Algunos afirman que el pensamiento reformado quizá tenga un buen sistema teológico pero niegan que tenga un programa político que ofrecer más allá de algunas verdades generales respecto a la Soberanía de Dios en todas las áreas de la vida y del énfasis en que los ciudadanos le deben obediencia al gobierno.

Lo cierto es que el pensamiento reformado no sólo ha desarrollado sus propios principios políticos, sino que estos principios han enmarcado fundacionalmente sus teorías políticas, las cuales han sido aplicadas en varios lugares en el período moderno de la historia. Una razón importante por la que hoy no se escucha hablar de la perspectiva reformada de la política es que el mundo y no simpatiza con opiniones políticas basadas en la soberanía de Dios y en principios bíblicos. Si estas opiniones han de volver a ser populares, el cristiano tendrá que popularizarlas.
A. M. Fairbairm nos indica cuán importante ha sido el papel que Calvino desempeñó en la historia política: “El lugar que la historia dará a Calvino debe registrar el título de gran legislador. Como teólogo fue un seguidor, como legislador fue pionero. Su sistema de doctrina fue derivado, en tanto que su economía política rompió tierra nueva y cimentó el edificio social sobre principios nuevos. Ciertamente se merece el crédito haber establecido un sistema político y legal sobre un modelo que era suyo. Este modelo ha influenciado profundamente a todas las instituciones democráticas subsiguientes”. A su vez, Jean Jacques Rousseau ofrece un alto tributo a Calvino. “Aquellos que consideran a Calvino sólo como un teólogo pasan por alto la amplitud de su genio”.
Aunque es cierto que Calvino articuló principios políticos que “rompieron tierra nueva”, en realidad no desarrolló una teoría reformada completa del estado. Quizá el primero que presentó una teoría del estado bien desarrollada sobre bases reformadas es el autor desconocido de la obra Vindicciae contra tyrannos. Los principios de una teoría reformada del estado se encuentran en dos obras: Teodoro Beza escribió De jure magistratum y Francois Hotman, Franco-Galia.

George Buchanan escribió la obra De jure regni apud Scotos, en la que desarrolla una teoría política sólidamente enraizada en la doctrina reformada. El diestro filósofo luterano Julius Stahl trató de dar fuerza a un movimiento similar en círculos luteranos. Basando su teoría cristiana del estado en la soberanía de Dios, desarrolló una filosofía política que en muchos sentidos se asemeja a la teoría reformada.

La Biblia y la política
Para el creyente reformado la Biblia es en todo la regla de la fe y práctica. En consecuencia, también en su regla en el área de la política. Ya que la Biblia es su regla de fe y conducta, el creyente la consulta para orientarse en sus actividades políticas.

No comentamos el error de suponer que el creyente reformado presume derivar todo lo que piensa de la Biblia. La naturaleza y la historia nos enseñan muchas cosas que el cristiano agradecidamente usa en su teoría política. Pero dado que el libro de la naturaleza nos da tan sólo perspectivas imperfectas acerca de Dios y de la verdad, necesitamos algo que lo corrija. El creyente encuentra que la Biblia es el factor que corrige la condición confusa de la revelación natural.

Al adoptar la Biblia como fundamento de las ciencias políticas, el creyente reformado asume una posición singular. En la política, las opiniones y teorías humanas son las que deciden. En cambio, el creyente regresa a Dios.

La Biblia, de hecho, no nos ofrece ningún sistema político organizado que podamos usar. Ni nos ofrece un sistema teológico unificado. La Biblia contiene un sistema político más o menos desarrollado que se conoce como la teocracia mosaica. El creyente reformado no cree que la Biblia promueva un sistema de gobierno final y definitivo. La Biblia no declara que el gobierno debería de ser una monarquía, o una aristocracia, o una democracia. La Biblia más bien ofrece principios eternos que deben delinear y controlar todos los sistemas políticos. Estos principios nunca envejecen, sino que como todo principio son eternos, inmutables, y pertenecen a todos los tiempos y a todas las condiciones. Estos principios nos ayudarán a analizar críticamente los sistemas políticos para juzgar si son buenos o no.

¿En qué parte de la Biblia se encuentran estos principios? Algunos piensan que estos principios solamente se encuentran en algunos pasajes aislados de la Biblia. El creyente reformado cree que la base bíblica para sus opiniones políticas, teológicas o sociales, no se encuentran en simples textos aislados. Sólo a veces encontramos textos especiales, como “todos deben someterse a las autoridades públicas” o “por mí reinan los reyes” (Rom. 13:1; Prov 8:15)

El creyente reformado insiste en que los principios de la Palabra de Dios son aplicables no sólo a él sino a todos los ciudadanos. Así como Dios debe de ser reconocido como Soberano por todos, sea que así lo desee o no, también la Biblia debe ser la regla determinada para todos. Estos principios deben guiar especialmente la vida política del creyente. El creyente reformado no sólo declara que su alma pertenece a Cristo por la eternidad, sino que todo lo que se refiere a su vida temporal también pertenece a su fiel Salvador Jesucristo. A él, por tanto, le debe obediencia en todas las áreas de la vida.

Esperanza política
Al empezar el nuevo milenio, vemos que tanto el bien como el mal florecen. El impacto del cristianismo en el mundo occidental disminuye constantemente. Nuestra sociedad se aleja cada vez más de la Palabra de Dios. Sin embrago, aún vivimos en una de las grandes eras de expansión misionera en la historia de la iglesia. Hasta donde sabemos, el número de cristianos en el mundo se incrementa y el evangelio se esparce rápidamente en los continentes.

Los efectos corruptores del pecado se manifiestan en la crueldad y la perversión de una humanidad que persiste en vivir separado y en contra del Señor. Pero debido a que la gracia de Dios todavía sostiene nuestro mundo, los efectos del pecado son obstaculizados. Nuestro mundo no ha sido abandonado al poder del diablo. En todos lados has señales de esperanza y purificación en la medida que, por su misericordia, Dios preserva continuamente la creación. Vemos un conflicto entre el bien y el mal, entre el reino de Dios y el reino de este mundo. La época en que vivimos no nos da señales ni de una derrota final ni de una victoria inminente. Antes bien, vemos una pugna continua y creciente.

El creyente reformado no se abruma por quienes anuncian que el mundo se deslizará pronto a la destrucción, ni se entusiasma con los que esperan que pronto la iglesia triunfará sobre las fuerzas de las tinieblas aunque cualquiera de estos dos escenarios es posible en la providencia de Dios. En estos tiempos el bien y el mal existen en forma paralela, y Dios continúa enviando su lluvia sobre los justos y los injustos. El trigo y la cizaña crecen lado a lado, y se mezclan hasta el día del juicio (Mt 13:30)

Los continuos efectos del pecado
El gobernar un país enorme y administrar las imponentes organizaciones de un estado moderno ya serían tareas suficientemente difíciles si no hubiera pecado en el mundo. El reformado cree en la “depravación total” del ser humano, lo que nos aleja de esperanzas inocentes o utópicas en la política. Ninguna actividad en el mundo puede por sí misma derrotar al pecado, sino que ella misma también estará manchada por el pecado.

En verdad que estamos llamados a ser completamente cristianos en todo lo que hacemos, y se nos ha prometido que la mano de Dios será para bien en todo. Pero esto no es una garantía de éxito inmediato, ni en política ni en ninguna otra cosa. Con demasiada frecuencia los cristianos han pensado que pueden instituir un orden político completamente cristiano sobre la tierra. Muchos otros intentos políticos cristianos han terminado en el fracaso. Los puritanos reformados de Nueva Inglaterra y Calvino en Ginebra encontraron que sus esfuerzos por crear una reforma política fueron obstruidos por la corrupción.

Aunque Dios nos llama a ser cristianos genuinos en la política, no nos garantiza soluciones fáciles, claras o simples. Ni siquiera garantiza que habrá soluciones. Nuestra vida como cristianos simplemente consiste en hacer nuestra, con humildad y obediencia, la vocación que Dios nos ha dado. Las consecuencias últimas de lo que hacemos residen con el Señor. Dios no nos promete éxito terrenal ni nos llama a producir tal éxito. No se nos ha dado metas que alanzar. Como Jesús dice en el sermón del monte “no se preocupen por su vida, qué comerán o beberán, ni por su cuerpo cómo se vestirán…Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas…Por tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas”. Mt 6:25-34. Nos llama cada día a hacer justicia y promete que la bendición de Dios seguirá. No hacemos que las cosas buenas ocurran, más bien somos llamados a ser siervos obedientes confiando que, no importa lo que pase, todo está en manos de Dios y que él se agradará en usar nuestros esfuerzos.

Esperanzas políticas
Aunque debemos evitar toda clase de sueños utópicos y falsas expectativas, esto no significa que se nos llama a actuar en la arena política sin esperanza alguna. Tenemos mucha esperanza. En primer lugar, sabemos que la esperanza final está asegurada, ya que Jesús dijo a sus discípulos “¡anímense! Yo he vencido al mundo” Jn 16:33. Sabemos que habrá nuevos cielos y nueva tierra en la que habitará la justicia. En la sede central del edificio de la ONU en Nueva York están las palabras de la visión de Isaías acerca del reino del Mesías: “convertirán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces. No levantará espada nación contra nación, y nunca más se adiestrarán para la guerra” Is. 2:4. Puede ser que la ONU no alcance esta meta, pero Jesucristo lo hará.

Sin embargo, más allá de las esperanzas futuras, encontramos gran consuelo en lo que Dios está haciendo aquí y ahora. Cuando el apóstol Pedro escribe que “el cielo y la tierra están guardados para el fuego, reservados para el día del juicio y de la destrucción de los impíos” 2ª Ped 3:7., no solo describe la destrucción y el fin del mundo, sino que hace un paralelo con el sufrimiento y “destrucción” del mundo en los tiempos de Noé. En el tiempo de Noé, el Señor no acabó con el mundo sino que lo purificó y salvó a su remanente. Pedro apunta en la misma dirección usando la imagen del fuego del refinador que separa lo puro de lo impuro. Pedro está diciendo que los principados y las potestades de esta era y los gobernantes mundiales que se oponen a Dios pasarán, en tanto, que las obras genuinas de fidelidad y rectitud permanecerán. Las cosas que hacemos impulsados por la gracia y la misericordia de Dios, cosas hechas en fe y obediencia, no serán destruidas ni se perderán para siempre. Nuestras acciones fieles de hoy harán una gran diferencia para la eternidad.

Pero más allá de esta esperanza para el futuro, también tenemos esperanza para esta generación presente. ¡Dios está activo cada hora! Lo que hagamos puede mejorar o empeorar nuestra situación inmediata. No lograremos una transformación fundamental de toda la condición humana, pero si alcanzaremos verdaderos cambios que produzcan verdaderos frutos de justicia y de paz en nuestras vidas, y en las vidas de nuestros vecinos. Lo que hacemos produce, por la gracia de Dios, una diferencia aquí y ahora, y en el futuro. El apóstol Pedro habla de esto como “esperando ansiosamente la venida del día de Dios” 2ª Ped 3:12.

Trabajando en esperanza
Muchos cristianos gastan una cantidad considerable de energías e ingenio tratando de determinar el tiempo del regreso del Señor. Como reformados creemos firmemente que debemos de vivir esperando el regreso de nuestro Señor, pero sin distraernos ni usar la Biblia como una bola de cristal. Debemos recordar que Jesús mismo dijo que “en cuanto al día y hora, nadie lo sabe” (Mt 24:36)

Pablo criticó a los miembros de la iglesia de Tesalónica por ser haraganes (2ª Tes 3:6-13). Dejaron de trabaje y esperaban ociosamente el regreso de Jesús, aun después de que Pablo les había dicho “ustedes no necesitan que se les escriba acerca de tiempos y fechas, porque ya saben que el día del Señor llegará como ladrón en la noche” (1ª Tes 5:1-2). Por esto Jesús dijo a sus discípulos, “por tanto, manténgase despiertos porque no saben ni el día ni la hora” (Mt 25:13)

La manera de estar listos para su venida es siendo diligentes acerca de los negocios de nuestro Padre. Tenemos que predicar la Palabra, criar bien a nuestros hijos, tener una vida decente, estar activos en la política y ser responsables en cada cosa hasta que él regrese. Cuando regrese, sabemos que nuestro trabajo será aceptado, no porque seamos perfectos o hayamos hecho cosas maravillosas, sino porque somos aceptados a través de Jesucristo como hijos de Dios.

En resumen: Juan Calvino comentó ”todos los que están bajo el yugo de la Ley son semejantes a los siervos, a los cuales sus amos cada día les imponen tareas a cumplir. Éstos no piensan haber hecho nada, ni se atreven a comparecer delante de sus amos sin haber primero realizado plenamente la tarea que les han asignado. En cambio los hijos, que son tratados más benigna y liberalmente por los padres, no temen presentar ante ellos sus obras imperfectas y a medio hacer, e incluso con algunas fallas, confiados en que obediencia y buena voluntad les serán agradables, supuesto que no hayan realizado su obra con tanta perfección como quisieran. Así conviene que seamos nosotros y que convenzamos de que nuestros servicios son gratos a Dios nuestro Padre misericordioso, aunque sean imperfectos”.

Cuando Cristo vuelva, el mundo mismo será renovado, y entonces habrá nuevos cielos y nueva tierra. Podemos orar por ese día juntos cuando una voz sonará: “¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir” (Ap 21:3-4)

[1] Sermón con motivo de la celebración del mes (octubre) de la Reforma Protestante, predicación del día domingo 4 de octubre de 2009 en la Iglesia nacional Presbiteriana BERITH de la Ciudad de Oaxaca por el A.I. Isaías Jiménez Díaz

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